Fue un juego de sorpresas del que salió este rompecabezas de pintura, cuerpos, emociones, y fotografía. Las mujeres levantaron el desafío, sin conocer el adónde ni el porqué, permitiendo que se inicie esta partida desconocida. Sabían de sus compañeros, Gabriel Sánchez, Jorge Molina, pintores y artesanos del filete porteño, y Marcelo Valsecchi, fotógrafo. Ellos mismos no conocían bien el desenlace de la aventura, pero la partida del arriesgarse y del entregarse a la creatividad, sí que la sabían jugar. Mujeres entonces, que confían su piel, este continente tan íntimo del individuo. La experiencia recuerda a cada uno que la piel, por encima de ser vector de identidad, es un órgano de relación bien raro. Entregada, tocada, mirada y casi perdida dentro de tantos focos, se despierta, esta piel, recordando que es ella quien percibe, y es ella, quien expresa. Emociones, energías, que llevan del pudor al movimiento y la confianza, se desnudan delante de cada jugador. Y la partida empieza... Los cuerpos y sus identidades influyen a los pinceles, las manos que los tienen, y a su turno, ¡los cuerpos y personas que los manejan! Los pintores, a lo largo de las horas que desfilan, bajo la mirada contenedora y livianamente inquieta del fotógrafo, revelan sus trucos y llenan el espacio y el tiempo de sorpresas. Las sombras aparecen, las luces se prenden, las figuras fileteadas toman cuerpo y volumen, gracias a la magia de la técnica porteña. Poco a poco, nacen ganas de bailar bajo la piel pintada en el cuerpo femenino. Desnudarse, si lo fue, pero para vestirse mejor. Hacerse vestir, mejor dicho, por tres pares de miradas y millones de pinceladas. Y quedó una manta de colores y formas que parecen en movimiento (por lo menos tanto como lo vibrante que es el cuerpo). La sensación es realmente de estar vestida. Cada mujer lo relata, junto con una impresión de tener la sensorialidad despierta, más consiente que nunca. Nacen entonces, con el baile de este juego, las ganas de hacer conocer, ver, mover, cada parte de su cuerpo, de revelarlo como lleno del orgullo de los cuatros protagonistas de la partida. A la vuelta de una sesión, dos de ellas proponen sacar adelante este deseo de movimiento, arraigado directamente en la sensación continua de la pintura. Se entregan en la búsqueda en dúo de entrelazar, mezclar, anudar y separar los dos cuerpos, y todos los cuerpitos que exponen −del pájaro loco al gavilan− entrando en juego con el ojo fotográfico. La improvización se acelera, les escapa, y se transforma en una danza que disfrutan los tres artistas, convertidos por unos minutos en espectadores. Y de pronto se entiende todo. Las curvas del cuerpo rellenan las hojas de acanto, un ojo de dragón surge del pecho y la mano viva huye de su mirada, mientras las plumas de su melena esposa el flanco para perderse en la espalda, ¡dejándonos con las ganas de descubrirla! Es finalmente la partida de la foto que invita el espectador a entrar en el juego. Porque la foto, al captar esta mezcla de euforia, sorpresa, y a la vez seriedad, que queda impresa en la mujer, nos ofrece la sinceridad y la modestia de su cuerpo transformado en obra de arte. (¿A menos que ya lo fuera?) Aurélie Frederic, junio de 2009
desde LIMA-PERU,muy buen trabajo. Fiorella.
ResponderEliminar